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domingo, 14 de dezembro de 2014

Diferenças que matam: por que o racismo não cede nos Estados Unidos

Título original: Diferencias que matan. Por qué el racismo no cede en EE.UU.




Más allá de los episodios de violencia policial que las originaron, las protestas de estas semanas en Ferguson, New York y California, entre otras ciudades norteamericanas, sacan a la luz una división racial persistente que no deja de separar a blancos y negros, hasta el punto de naturalizarse. Por qué un presidente negro no pudo, hasta ahora, cambiar esa realidad

Por Silvia Pisani

Washington.- Bajo la lluvia invernal, decenas de carteles se agitan frente a la explanada de la Casa Blanca. Es lo habitual en esa suerte de "avenida de la libre opinión" en que ha devenido el paseo frente a la residencia presidencial, donde, bajo la atenta mirada de policías y francotiradores, se sabe que todo mensaje -el que sea-, tarde o temprano, llegará a destino. Es parte de la rutina en esos metros supervigilados y devenidos, por hábito, en podio internacional de la libre expresión. Nunca el clamor llama allí la atención; al contrario, el murmullo de la protesta suele ser la música de todos los días. Pero si esta vez la cosa suena disonante y extraña es por la paradoja que encierra. Una de esas curvas de la historia que dan vuelta lo andado y lo ponen en duda.

Si hace seis años allí los carteles celebraban el "Yes, we can" ("Sí, podemos") de un presidente que abría la esperanza al cambio y progreso más profundo en este país, el "We can't breathe" ("No podemos respirar") de esos carteles bajo la lluvia parecía marcar el límite justo y preciso de aquel sueño inicial. El que se abrió con la llegada del primer presidente negro a la Casa Blanca, para devolverlo, en estos días, convertido en la amarga intuición de que ni siquiera ese histórico paso puede revertir la carga del racismo que aún pesa en esta sociedad. Que no alcanza un presidente negro, como Obama. Ni un fiscal negro, como Eric Holder; ni un alcalde de Nueva York con un hijo negro, como Bill de Blasio, para equiparar por completo las cosas.

"Los Estados Unidos han cambiado mucho en los últimos sesenta años de historia en lo que concierne a la lucha contra la discriminación", dice a la nacion Roland Roebuck, uno de los más activos promotores de la comunidad afroamericana en esta ciudad. "Pero una cosa es desterrar el racismo de Estado, contra el que se avanza con legislación, y otra muy distinta es el racismo social. Ése es más difícil y ese persiste", asegura.

El "No puedo respirar" de los carteles frente a la Casa Blanca repite la leyenda de otros tantos enarbolados a lo largo del país en la nueva oleada de protestas contra la discriminación. Evocan, a su vez, en potente eslogan, la última frase que pronunció Eric Garner, el afroamericano que murió asfixiado por la toma de ahorcamiento que le practicó el policía que lo detuvo por una infracción menor: vender cigarrillos en la vía pública.

Ocurrió en Staten Island, el más olvidado de los cinco distritos de la ciudad de Nueva York, y la muerte -con el espanto de su agonía previa y la vana súplica ("No puedo respirar, agente, por favor, no puedo respirar")- fue captada en video por un testigo circunstancial y se volvió viral. Es difícil encontrar a alguien por aquí que no la haya visto, que no se haya indignado hasta la médula y, sobre todo, que haya sido capaz de imaginar la misma escena si el que estaba en el piso, agonizando a manos de un policía, era un blanco y no un negro.

"Todos sabemos que difícilmente ese ahorcamiento y esa muerte hubieran ocurrido de haber sido Garner de raza blanca", observó Eugene Robertson, ex subeditor de The Washington Post y hoy uno de sus columnistas estrella. "Su único crimen fue haber sido negro", ironizó.

La muerte de Garner ocurrió en julio pasado, en pleno verano. Pero las protestas de estos días fueron no por su muerte, sino porque un jurado decidió que no había razón para acusar a Daniel Pantaleo, el policía que le practicó la llave de asfixia. "No se ha violado ninguna ley", fue el veredicto, pese a que las maniobras de ese tipo están prohibidas hace años. Similar fue el desenlace en Ferguson, Missouri, donde otro jurado decidió lo mismo con el policía Darren Wilson, que mató a balazos a Michael Brown, un afroamericano de 18 años que estaba desarmado. Lo mismo ocurrió antes en Florida, donde el jurado exculpó al vigilante privado que mató a balazos a Trayvon Martin, un adolescente negro de 16 años porque "se sintió amenazado".

De todas esas muertes -y de la coincidente exculpación de los matadores que las siguieron- fue la de Garner, en Staten Island, la que levantó las protestas más extendidas a lo largo del país. También, la que concitó la mayor adhesión de blancos, según revelaron, en forma coincidente, sondeos de las cadenas Bloomberg y ABC. De modo más espontáneo, una cadena de mensajes por Twitter apuntó a lo mismo. Con la convicción de que, en esta sociedad, los blancos pagan menos por delinquir que los negros, el hashtag #Crimingwhilewhite (Delinquir siendo blanco) hizo furor con una marea de "confesiones" en las que tuiteros blancos "confesaban" crímenes colectivos en los que la policía solamente castigaba al negro. Imposible saber si todos los casos eran ciertos. Posiblemente, no. Pero no hay duda de que el fenómeno, llevado a la portada de los principales medios del país, refleja una corriente demasiado arraigada como para ponerla en duda.

Es lo mismo que dice el presidente Barack Obama cuando reconoce que él mismo "podría haber corrido la misma suerte" que Trayvon Martin. O cuando el alcalde Bill de Blasio cuenta que, junto con su mujer, negra, enseñaron muy bien a su hijo "cómo comportarse ante la policía para no terminar muerto" si lo detienen. Un "adiestramiento" que incluye no protestar, no reclamar, no moverse, no intentar tocar su teléfono ni hacer gesto alguno que pudiera llevar a generar la mínima duda de que lo que hay enfrente es "un negro peligroso".

La confesión de De Blasio fue criticada por la policía. Pero el alcalde no hizo más que poner en palabras lo que muchos saben en esta sociedad. Que si uno es negro, mejor cuidarse. "Cuando salgo a trotar por la noche, con una capucha y ropa de gimnasia, me cuido muy bien de tener el menor incidente con la policía. Por las dudas", confesó a la nacion uno de los directivos de un reconocido centro de estudios de esta ciudad que, al igual que Obama, es hijo de madre blanca y padre negro.

Hace pocos meses, el país celebraba y se felicitaba por el medio siglo transcurrido desde la gran marcha por los derechos civiles que, con Martin Luther King a la cabeza, concluyó en esta ciudad. Fue el día de su más celebrado discurso. Aquel que llamaba a "subir desde el valle desolado y oscuro de la segregación". El que hablaba de un sueño, del día en que "los hijos de los antiguos esclavos y de los antiguos dueños de esclavos puedan sentarse juntos a la mesa de la fraternidad". Era el año 1963. Pasaría otro más para que se firmara el Acta de los Derechos Civiles, hace ahora exactamente medio siglo. Rubricada por el presidente Lyndon Johnson y por el propio pastor, declaraba ilegal la discriminación basada en la raza, el color, la religión, el sexo o la nacionalidad.

SIEMPRE UN PASO ATRÁS

Las cosas han mejorado claramente desde entonces. Pero son muchos todavía los sufrimientos y la desigualdad que padece la población negra en este país. En menor grado, también la sufren los hispanos. "Lo que se vive es una enorme desigualdad. Hay una marginación económica y social", asegura Roebuck. Las estadísticas le dan la razón y señalan la persistencia de una discriminación de la que no siempre se habla.

En estos días, especialmente, se habla de desigualdad en materia de seguridad. Se sacuden las planillas de entidades privadas y oficiales según las cuales los negros cumplen penas de prisión un 20 por ciento más largas que los blancos por el mismo crimen. No sólo eso: son ellos los que ocupan con más persistencia las cárceles, según se desprende de una reciente encuesta del FBI según la cual del total de detenidos en el país más del 30 por ciento es de origen afroamericano, lo que representa el doble de su proporción demográfica, que es del 13,1 por ciento.

En la misma línea de razonamiento, un hombre de raza negra tiene seis veces más posibilidades de ser encarcelado que uno blanco, y 2,5 veces más que uno latino, según los datos recopilados por The Sentencing Project, una entidad civil experta en cuestiones carcelarias.

Son tasas incluso peores que en los años de segregación racial. Todo ello se traslada directamente a la composición de las cárceles: en 2012 un 36,5% de los reclusos eran negros -casi tres veces más que su peso en el conjunto de la población del país ese año-, un 33,1% eran blancos-casi la mitad de su proporción del 63% en el censo- y un 22% eran latinos -el 16,9% de la población-. Dicho de otro modo, un 3,1% de los negros están presos; un 1,3% de los latinos, y un 0,5% de los blancos.

La desigualdad se extiende a otros ámbitos. Negros y latinos tienen menos ingresos anuales, menos patrimonio y menos acceso a la educación, a la salud pública y al empleo que los blancos. Son, en definitiva, mucho más pobres.

Esas diferencias no sólo persisten hoy, cinco años después de que un afroamericano asumiera por primera vez la presidencia de los Estados Unidos, sino que crecieron de a poco a tal punto que, en 2013, sólo el 25% de los negros decía que la situación de la gente de su misma raza era mejor que en 2009 (ese año lo dijo el 39%), de acuerdo con un estudio del Centro de Investigaciones Pew.

En esto también hay matices. Porque otro de los fenómenos de los últimos años es una aguda "estratificación" dentro de esa población. "Se puede decir que la situación mejoró en conjunto, pero con diferencias. Ahora hay una clase alta, otra media y una baja entre los negros. Antes, las tres cabían en una", advierte Robert Stepo, académico de estudios afroamericanos en Chicago.

Una estratificación a la que se asocian historias de enorme esfuerzo y éxito igualmente grande. El caso de Obama ejemplifica, mejor que ninguno, el tránsito de los negros de la esclavitud al poder. Su testimonio fue precedido por el de figuras como la ex secretaria de Estado Condoleezza Rice o el ex jefe de las fuerzas armadas Colin Powell. Pero, para la gran mayoría silenciosa, las estadísticas muestran cuán lejos se está aún del discurso de Martin Luther King.

Ésa es la realidad de la que se habla menos que de los escándalos. Como describió Mary Curtis, una conocida comentarista de temas raciales, "nunca hablamos de eso hasta que algo nos lo recuerda". Los casos de brutalidad que ahora sacuden y movilizan al país en protestas son una nueva muestra de ello. Hace un año, ocurrió algo parecido al celebrarse el medio siglo del discurso de King. Hubo, entonces, un profundo -y no del todo alentador- debate sobre lo que aún resta recorrer. Algo parecido ocurrió, meses atrás, con el fallo de la Corte Suprema de Justicia, que dejó la puerta abierta al final de la llamada "acción positiva", que reserva cupos de ingreso a estudios y empleo para personas de raza negra.

"Si no fuera por esa norma, muchos no podrían acceder a estudios superiores", sostuvo la jueza hispana Sonia Sotomayor, una de las voces disidentes. En cambio, su colega negro, Clarence Thomas, votó sin problemas por el final de un sistema del que él mismo se benefició para acceder a los estudios que, luego, lo convirtieron en el único magistrado negro del tribunal.

"La marginación económica impide la igualdad", dice Roebuck, y afirma que en algunos aspectos incluso se agravó. Los 19.000 dólares de ingresos anuales que hace 50 años había de diferencia entre las familias blancas y negras hoy representan a valores constantes más de 27.000, de acuerdo con el Centro Pew. En 1970, la tasa de pobreza entre los negros era del 33,6%. La última medición pública, de hace dos años, es más alta: ahora es del 35%.

Muchos pensaron que la llegada de Obama terminaría con todo eso. "No hay una América blanca y una negra, somos un solo país", dijo quien, desde que llegó a la presidencia, evitó poner el foco específicamente en la discriminación racial. Al contrario, llamó a los negros a no caer en el "victimismo" e hizo hincapié en la necesidad de crear puestos de trabajo y oportunidades que terminen con la desigualdad.

Nadie sabe muy bien en qué terminará la efervescencia social de estos días. Pero, si bien con una misma raíz discriminatoria, los frentes son tantos -policial, económico, educativo, carcelario, laboral, médico- que difícilmente una sola medida otorgue la respuesta por la que se clama desde hace décadas. Aquel "yo tengo un sueño" que aún sigue retumbando.
Fonte: La Nación

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