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segunda-feira, 30 de junho de 2014

Para não dizer que não falei da Copa...

CHINELO CHILENO E OUTRO "SALTO" BRASILEIRO

por Edmilson Santana*

(Brasil X Chile - Jogo das Oitavas de Final, na Copa do Mundo de 2014, no dia 28 de junho) 

Ficamos com vergonha da nossa seleção, ao ver o goleiro chorando quando acabou a prorrogação e a decisão seguiu adiante... E ficamos tristes quando vimos a alegria estampada, não pela honra na cor da camisa e sim pela sorte amarelada na cara de quem escapa por pouco. Talvez, ficaríamos até mais orgulhosos se ela fosse derrotada tal qual sua adversária. Pois, derrota lamentável mesmo é assistir uma equipe com "pena" de si mesma, ainda com pênaltis para cobrar, marcar e defender, exatamente igual a sua rival. É deprimente quando o "herói" de uma partida é justamente aquele que teme a despedida. Ele "perdeu" a oportunidade de ganhar com a coragem! E nós "ganhamos" a incerteza de torcedores tão confiantes sobre guerreiros tão confiáveis. Ficamos  expostos ao mundo inteiro, com a maior campeã do mundo, diante de uma favorável arquibancada. Cada assento construído em torno de um gramado, aos seus "pés", plantado em seu próprio solo. "Dos filhos deste solo, és mãe gentil, pátria amada Brasil... Verás que um filho teu não foge à luta, nem teme, quem te adora, a própria morte, terra adorada. Entre outras mil", o Chile merece respeito e aplauso, de "pé".

* Torcedor de cotovelo e consciência.

sábado, 28 de junho de 2014

EUA: Desemprego e miséria obrigam pessoas a comerem ratos


Os Estados Unidos têm atualmente uma das menores taxas de mobilidade social entre países desenvolvidos. Assim, um americano que nasce pobre tem uma grande possibilidade de permanecer na pobreza ao longo de sua vida.

sexta-feira, 27 de junho de 2014

As zonas errôneas das teorias pos-coloniais: os novos assassinos de Marx

Título original: Más allá del "culturalismo", el "regreso" de la geografía - LAS ZONAS ERRÓNEAS DE LAS TEORÍAS POSCOLONIALES: Los nuevos asesinos de Marx

Vivek Chibber*
Le Monde
Edición Nro 179 - Mayo de 2014
 
Al sobrevalorar las particularidades culturales y asimilar el universalismo a una forma de eurocentrismo imperialista, las teorías poscoloniales arrojan, apresuradamente, las herramientas de análisis marxistas al desván de las cosas obsoletas.

Se niegan a admitir, así, la esencia universal del capitalismo. Después de un invierno que parecía eterno, volvió la resistencia mundial contra el capitalismo o, por lo menos, contra su variante neoliberal. Hacía más de cuarenta años que no surgía con tanta fuerza un movimiento de este tipo a escala planetaria. Es verdad que en el curso de las últimas décadas, el mundo supo de revueltas esporádicas, breves episodios de contestación que perturbaron en distintos lugares la inexorable propagación de la ley del mercado; nada comparable, sin embargo, con aquello que conocimos a partir de 2010 en Europa, en Medio Oriente y en el continente americano.

Pero este resurgimiento demostró también los estragos producidos por el retroceso de los treinta últimos años: los recursos de que disponen los trabajadores nunca fueron tan débiles; las organizaciones de izquierda – sindicatos, partidos políticos– fueron vaciadas de su substancia, si no se volvieron cómplices del imperio de la austeridad. Y la debilidad de la izquierda no es únicamente de orden político u organizacional: se confirma asimismo en el plano teórico.

Un espectacular aplastamiento intelectual acompañó las derrotas acumuladas. No es que las ideas de transformación social hayan abandonado la causa: los intelectuales progresistas o radicales continúan enseñando en muchas universidades, por lo menos en Estados Unidos: pero el sentido mismo de la radicalidad política cambió. Bajo la influencia de las teorías posestructuralistas* (los asteriscos remiten al glosario) los conceptos básicos de la tradición socialista se volvieron sospechosos y hasta peligrosos. Para no dar sino algunos ejemplos: la idea de que el capitalismo posee una estructura coercitiva real que pesa sobre cada individuo; que la noción de clase social se origina en relaciones de explotación perfectamente tangibles, o incluso la tesis de que al mundo del trabajo le interesa adquirir formas de organización colectivas –un análisis considerado como propio de la izquierda durante dos siglos– son consideradas hoy totalmente obsoletas.

El repudio del materialismo y de la economía política, que se inició en la escuela posestructuralista, terminó por convertirse en ley dentro de la más reciente de las asociaciones de esta corriente, mejor conocidas hoy en el mundo académico con el nombre de estudios poscoloniales*. En el transcurso de los últimos veinte años, la ofensiva contra la herencia conceptual de la izquierda cambió de bandera: la tradición filosófica francesa cedió el lugar a una vasta constelación de teóricos no occidentales, provenientes del Sudeste Asiático, y del Sur en general. Entre los más influyentes (o más visibles), se encuentran Gayatri Chakravorty Spivak, Homi Bhabha, Ranajit Guha y el grupo indio de estudios subalternos* (subaltern studies), así como el antropólogo colombiano Arturo Escobar, el sociólogo peruano Aníbal Quijano y el semiólogo argentino Walter Mignolo. El punto en común entre ellos es el rechazo a la tradición de las Luces en su totalidad, condenadas en razón de su universalismo y de su tendencia a proclamar la validez de ciertas categorías independientemente de las culturas y de las especificidades locales. ¿Su blanco preferido? Los marxistas, que sufrirían de una forma avanzada de ceguera intelectual.

Desprecio del marxismo

Para estos últimos, las nociones de clase, de capitalismo y de explotación son válidas en cualquier lugar y en todas las culturas: parecen tan pertinentes para aprehender las relaciones sociales en la Europa cristiana como en la India hinduista o en el Egipto musulmán. Para los que sostienen la teoría poscolonial, en cambio, estas categorías conducen a un atolladero a la vez teórico y práctico. Equivocadas en tanto que grilla de análisis, se mostrarían también improductivas. Al negar la creatividad y la autonomía de los sujetos políticos, los privarían de los recursos intelectuales necesarios para la acción. En suma, el marxismo no haría más que encerrar las particularidades locales en un corsé rígido modelado según el terreno europeo. La teoría poscolonial no pretende solamente criticar la tradición de la Ilustración: apunta, nada menos, que a sustituirla.

“El postulado del universalismo constituye uno de los pilares del poder colonial, pues las características ‘universales’ asociadas a la humanidad pertenecen en los hechos a los dominantes”, explica por ejemplo una de las obras más célebres de estudios poscoloniales. El universalismo consolidaría la dominación al pretender hacer valer a toda la humanidad los rasgos específicos de Europa. Las culturas no conformes a estas prescripciones se verían condenadas a un estatuto de inferioridad que las ubicaría bajo una tutoría implícita y les impediría gobernarse por ellas mismas.

Como lo explican los autores, “el mito de la universalidad revela una estrategia imperialista […] sobre la base del postulado de que ‘europeo’ significa ‘universal’” (1).

Este argumento combina dos puntos de vista que son el meollo del pensamiento poscolonial. El primero, de orden formal, sugiere que el universalismo ignora la heterogeneidad del mundo social y marginaliza las prácticas o las convenciones consideradas “no conformes”. Y marginar es ejercer una dominación. El segundo, que va más al fondo de la cuestión, ve al universalismo como uno de los fundamentos de la hegemonía europea: el mundo de las ideas se organiza en su mayoría en torno a teorías modeladas en Occidente, que limitan la reflexión intelectual y las teorías que favorecen la acción política. Al hacer esto, las somete a una forma de eurocentrismo. La teoría poscolonial se propone como fin expurgar esta tara congénita al poner en evidencia su persistencia y sus efectos.

De allí la hostilidad a los “grandes relatos” asociados al marxismo y al pensamiento de izquierda. Hay que dar lugar ahora a lo fragmentario, lo marginal, las prácticas y convenciones basadas en la especificidad geográfica o cultural, que se sustraen a los análisis globalizantes. En el presente conviene buscar los medios de la acción política (2) en lo que Dipesh Chakrabarty llama las “heterogeneidades e inconmensurabilidades” de lo regional.

La tradición política nacida de Karl Marx y de Friedrich Engels descansa sobre dos premisas. La primera postula que, a medida que el capitalismo se extiende sobre la superficie terrestre, impone sus obligaciones a quienquiera que cae preso en sus redes. Asia, América Latina, África: cuando se enraíza, los procesos de producción deben seguir un conjunto de reglas, las mismas en todas partes. Aunque las modalidades del desarrollo económico y el ritmo del crecimiento varíen, no dejan de depender por ello de las mismas contingencias, inscriptas en las estructuras políticas del capitalismo.

Lo común bajo las diferencias

La segunda premisa da por sentado que el capitalismo, a medida que asienta su lógica y su dominio, provoca, tarde o temprano, una respuesta de los trabajadores. Los innumerables ejemplos de resistencia a su depredación en los cuatro puntos cardinales del mundo, independientemente de las identidades religiosas o culturales, parecen darles la razón, una vez más, a los teóricos alemanes. Por más heterogéneas y considerables que sean las “inconmensurabilidades” regionales, el capitalismo ataca las necesidades fundamentales propias de todos los seres humanos. Las reacciones que desencadena varían pues tan poco como las leyes de su reproducción. Las modalidades de esta resistencia pueden cambiar de un lugar a otro, pero el resorte que la anima se muestra tan universal como la aspiración al bienestar de todo individuo.

Los dos postulados de Marx y de Engels sirvieron de base a más de un siglo de análisis y de prácticas revolucionarias.

Su condena en bloque por la teoría poscolonial –que no puede tolerar su contenido francamente universalista– tiene fuertes implicaciones. ¿Qué queda, en efecto, de la crítica radical si de su bagaje teórico se suprime el anticapitalismo? ¿Cómo interpretar la crisis que sacude al mundo desde 2007? ¿Cómo comprender el sentido de las políticas de austeridad si no tenemos en cuenta la implacable carrera por las ganancias que determina la marcha de la economía? ¿Qué pensar de la resistencia planetaria que hace escuchar los mismos eslóganes en El Cairo, Buenos Aires, Nueva York o Madrid si nos negamos a ver en ello la expresión de intereses universales? ¿Cómo producir un análisis cualquiera del capitalismo repudiando toda categoría universalizante?

Teniendo en cuenta la gravedad de lo que está en juego, se podría esperar de los adeptos a los estudios poscoloniales que –por lo menos– dejen de lado los conceptos de capitalismo y de clase social. Que los consideren suficientemente operativos para exonerarlos de la sospecha de eurocentrismo. Pero no sólo estas nociones no les hacen ninguna gracia sino que, para colmo, les parecen ejemplos de la inanidad básica de la teoría marxista. Para Gyan Prakash, por ejemplo, “hacer del capitalismo el fundamento [del análisis histórico] es homogeneizar historias que siguen siendo heterogéneas”.

Los marxistas no pueden aprehender las prácticas exteriores a las dinámicas del capitalismo más que bajo la forma de vestigios destinados a desaparecer poco a poco. La idea según la cual las estructuras sociales podrían analizarse basándose en la dinámica económica que reflejan –su modo de producción– sería no sólo errónea sino impregnada de eurocentrismo. En resumen, cómplice con una forma de dominación imperialista. “Como tantas otras ideas europeas, el relato eurocéntrico de la historia como una sucesión de modos de producción constituye el paralelo del imperialismo territorial del siglo XIX”, afirma Prakash (3).

Prácticas globales del capital

Chakrabarty desarrolla el mismo argumento en su influyente obra Provincialiser l’Europe (4). Según él, la tesis de una universalización del mundo a través de la expansión del capitalismo reduce las dinámicas locales a simples variaciones sobre un mismo tema: cada país sólo se define por su grado de conformidad con una abstracción conceptual, de manera que su propia historia jamás existe, salvo como nota al pie de página del gran relato de la experiencia europea. Los marxistas cometerían además el trágico error de eliminar toda contingencia en su análisis de la evolución del mundo.

Su fe en la dinámica universal del capital los volvería ciegos a las posibilidades “de discontinuidades, de rupturas y de cambios en el proceso histórico”. Exenta de las vacilaciones inherentes al libre arbitrio que caracteriza a la humanidad, la historia tal como la conciben los marxistas se emparentaría con una línea recta conducente, de manera ineluctable, a un fin determinado. Como consecuencia de ello, la noción de capitalismo sería no sólo inadmisible, sino políticamente peligrosa: privaría a las sociedades no occidentales de la capacidad de construir su propio futuro.

Nadie, sin embargo, niega el hecho de que, en el transcurso del último siglo, el capitalismo se propagó por el planeta entero, imbricándose en casi todas las esferas del mundo en otros tiempos colonizado. Echó raíces en nuevas regiones, comenzando por Asia y América Latina, y afectó necesariamente la configuración social e institucional.

La lógica de acumulación del capital no dejó indemnes ni a las economías locales, ni a los sectores no económicos obligados a acomodarse a esta presión invasora.

Pero aunque el propio Chakrabarty admite que el yugo del capital se extendió a todo el planeta, se niega a ver en ello una forma de universalización del mundo. Según él, el capitalismo sería verdaderamente vector de universalización si, y solo si, todas las prácticas sociales se subordinaran a su ley. “Jamás, ninguna forma histórica de capital, aunque fuera de alcance mundial, podría ser universal”, sostiene. “Sea mundial o local, ningún tipo de capital podría representar la lógica universal del capital, en la medida en que toda forma históricamente determinada resulta de un compromiso temporario” entre su aspiración hegemónica y la inflexibilidad de las costumbres y de las convenciones locales. En suma, según él, sólo se podría hablar de universalización si el capital hubiera conquistado las relaciones sociales en su totalidad, privándolas de toda forma de autonomía. Es como para creer que los señores capitalistas recorren el globo con un contador Geiger en la mano con la idea de evaluar la compatibilidad de cada práctica social con sus propios intereses.

Más verosímil parece otro panorama: los capitalistas intentan extender su dominio y asegurarse el mejor retorno posible de sus inversiones; mientras nada se oponga a ello, poco les importan las convenciones y las costumbres locales. Sólo cuando el entorno constituye un obstáculo a sus objetivos –estimulando, por ejemplo, la indisciplina de los trabajadores, achicando sus mercados, etc.– nace la necesidad de imponer ajustes y, llegado el caso, alterar las costumbres sociales. Fuera de este caso particular, las “diferentes maneras de ser en el mundo”, en una u otra latitud, dejan totalmente indiferentes a los capitalistas.

Parece difícil que la globalización no implique una forma de universalización del mundo. Las prácticas que se expanden a todas partes pueden ser descritas legítimamente como capitalistas y, por ello mismo, se han vuelto universales. El capital avanza y somete a una porción cada vez más importante de la población. Haciéndolo, construye un relato que vale para todos, una historia universal, la del capital.

Necesidades humanas básicas

Los teóricos del poscolonialismo admiten de la boca para afuera el reino del capitalismo global, aun cuando le niegan su sustancia. Pero lo que los coloca aún más en apuros es el segundo componente del análisis materialista, el relacionado con fenómenos de resistencia. Es verdad, admiten sin dificultad, que el capitalismo siembra la rebeldía a medida que se propaga: la celebración de las luchas obreras, campesinas o indígenas constituye incluso una figura obligada de la literatura poscolonial, que parece en este punto estar de acuerdo con el análisis marxista. Pero, mientras que este último concibe la resistencia de los dominados como la expresión de sus intereses de clase, la teoría poscolonial hace caso omiso de las relaciones de fuerzas objetivas y universales deliberadamente. Para esta teoría, cada hecho de resistencia resulta de un fenómeno local, específico de una cultura, de una historia, de un territorio dado –jamás de una necesidad propia del conjunto de la humanidad–.

A los ojos de Chakrabarty, unir las luchas sociales a intereses materialistas significa “asignar [a los trabajadores] una realidad burguesa, puesto que es sólo en el marco de un sistema de racionalidad como ese que la ‘utilidad económica’ de una acción (o de un objeto, de una relación, de una institución, etc.) se impone como razonable” (5). Escobar escribe también: “La teoría posestructuralista nos invita a renunciar a la idea liberal del sujeto en tanto que individuo hermético, autónomo y racional. El sujeto es el producto de discursos y de prácticas históricamente determinadas en un gran número de campos” (6). Cuando el capitalismo provoca oposiciones, estas deben ser comprendidas como la expresión de necesidades circunscritas a un contexto particular. Necesidades forjadas no sólo por la historia y por la geografía, sino también por una cosmología que se sustrae a toda tentativa de inclusión en los relatos universalizantes de la Ilustración.

No cabe ninguna duda de que los intereses y los deseos de cada individuo están culturalmente determinados: en este plano, no hay manzana de la discordia entre teóricos poscoloniales y progresistas más tradicionales. Pero, para no dar más que un ejemplo, ninguna cultura en el mundo condiciona a sus sujetos a desinteresarse de su bienestar físico. La satisfacción de algunas necesidades fundamentales –alimento, vivienda, seguridad, etc.– se impone bajo todos los cielos y todas las épocas, pues es necesaria para la reproducción de la cultura. Por lo tanto, se puede afirmar que algunos aspectos de la acción humana escapan a las invenciones de las culturas, si por esto se entiende que no son específicas a tal o cual comunidad. Reflejan una psicología humana no específica de un período o de un lugar, un componente de la naturaleza humana.

Esto no significa que nuestra alimentación, nuestros gustos en materia de vestimenta o nuestras preferencias sobre el tipo de vivienda no dependan de un conjunto de rasgos culturales y de contingencias históricas. Los adeptos del culturalismo* no se privan de hacer valer, por otra parte, la diversidad de nuestras formas de consumo como una prueba de que nuestras necesidades están culturalmente construidas. Pero tales obviedades no dicen nada de la común aspiración de los hombres a no morir de hambre, de frío o de desesperación.

Ahora bien, el capitalismo se nutre, precisamente, de esta preocupación humana por el bienestar, dondequiera que se instala. Como lo observaba Marx, la “siniestra imposición de las relaciones económicas” alcanza para lanzar a los trabajadores a las redes de la explotación. Esto es verdadero independientemente de las culturas y de las ideologías: desde el momento en que ellos poseen una fuerza de trabajo (y nada más), la venden, pues es la única opción de que disponen para acceder a un nivel mínimo de bienestar. Si su entorno cultural los convence de enriquecer a su patrón, están libres de negarse, por supuesto, pero esto significa, como lo demostró Engels, que son libres de morir de hambre (7).

Aunque sirve de fundamento para la explotación, este aspecto de la naturaleza humana alimenta también la resistencia. Es la misma imperiosa necesidad material la que precipita la mano de obra a los brazos de los capitalistas y la que la lleva a rebelarse contra los términos de su sujeción. Pues el afán desmedido de ganancias incita a los empleadores a recortar los costos de producción y por lo tanto a reducir la masa salarial. En los sectores sindicalizados o de mayor plusvalía, la maximización de las ganancias no excede ciertos límites, permitiendo así que los trabajadores se preocupen por su nivel de vida más bien que de la lucha por la supervivencia cotidiana. Pero en lo que se ha dado en llamar el “Sur”, como también en un número creciente de sectores del mundo industrializado, sucede de otra manera.

La indigencia de los salarios se combina a menudo con otras formas de optimización de las ganancias: máquinas obsoletas que se trata de rentabilizar hasta su último suspiro, sobrecarga en el trabajo, prolongación de horarios, falta de pago los días de enfermedad, desconocimiento de accidentes, ausencia de jubilación y de derecho de huelga, etc. En la inmensa mayoría de las plataformas donde prospera el capital, la ley de acumulación arruina sistemáticamente la vocación de bienestar de los trabajadores. Cuando estallan movimientos de protesta, con frecuencia es para reclamar el estricto mínimo vital y no más, como si las condiciones de vida decente se hubieran convertido en un lujo inconcebible.

La primera fase del proceso, o sea la sumisión al contrato de trabajo, permite al capitalismo fijarse y expandirse en cualquier parte del mundo. La segunda etapa, la resistencia a la explotación, engendra una lucha de clases en todas las zonas sobre las cuales el capitalismo echó el ojo –o, más exactamente, engendra la motivación por la cual luchar: que ésta culmine o no en formas de acción colectiva depende de un vasto abanico de factores contingentes–. Sea como fuere, la universalización del capital tiene por corolario la lucha universal de los trabajadores con la perspectiva de asegurarse su subsistencia.

Que de un mismo componente deriven estas dos formas de universalismo de la naturaleza humana no significa de ninguna manera que el asunto termine allí. Para la mayoría de los progresistas, entran en juego otros componentes, otras necesidades que superan cómodamente las barreras culturales: por ejemplo, la aspiración a la libertad, o a la creación o, incluso, a la dignidad. La humanidad no es, por cierto, reductible a una necesidad biológica; pero de todos modos hay que admitir la existencia de esta necesidad, aun si parece menos noble que otras, y darle el lugar que merece en los proyectos de transformación social. El hecho de que la cultura intelectual de izquierda desestime esta evidencia no es un signo tranquilizador en cuanto a su estado de salud.

Los estudios poscoloniales jugaron un papel fecundo por más de un motivo. Contribuyeron al impulso de la producción literaria en los países del Sur. En la regresión intelectual que marcó las décadas de 1980 y 1990, reavivaron la llama del anticolonialismo y recuperaron el crédito a la crítica del imperialismo. Sus ataques contra cierta arrogancia eurocéntrica no tuvieron sólo efectos indeseados, lejos de ello. Pero la contrapartida es pesada: al mismo tiempo que el capitalismo revitalizado expande con mayor intensidad su fuerza destructiva, en las universidades estadounidenses la teoría de moda consiste en desmantelar algunos sistemas conceptuales que permiten comprender la crisis y esbozar perspectivas estratégicas.

Los popes del poscolonialismo desperdiciaron hectolitros de tinta en combatir molinos de viento que ellos mismos montaron. Y, de paso, alimentaron el resurgimiento del nativismo y del orientalismo*. Pues su objetivo no se limita a privilegiar lo local sobre lo universal: su valorización obsesiva de las particularidades culturales, presentadas como el único motor de la acción política, paradójicamente renovó la imaginería exótica y deprimente que las potencias coloniales tenían sobre sus conquistas.

A lo largo del siglo XX, los movimientos anticolonialistas estaban de acuerdo en denunciar la opresión en cualquier parte que ella operara, en razón de que atentaba contra las aspiraciones comunes de los seres humanos. Hoy, en nombre del antieurocentrismo, los estudios poscoloniales regurgitan un esencialismo cultural que la izquierda consideraba, con razón, como una base ideológica de la dominación imperial. ¿Qué mejor regalo para ofrecer a los dictadores que avasallan los derechos de sus pueblos que invocar las culturas regionales para desacreditar la idea misma de derechos universales? La renovación de una izquierda internacionalista y democrática seguirá siendo un voto piadoso mientras no se hayan despejado estas representaciones anticuadas, y se hayan reafirmado los dos universalismos que se oponen: nuestra humanidad común y la amenaza capitalista.

1. Bill Ashcroft, Gareth Griffins y Helen Triffin, The Postcolonial Studies Reader, Routledge, Londres, 1995.

2. Dipesh Chakrabarty, Provincialiser l’ Europe. La pensée postcoloniale et la différence historique, ediciones

Amsterdam, París, 2009.

3. Gyan Prakash, “Postcolonial criticism and Indian historiography”, Social Text, Nº 31-32, Durham (Carolina del Norte), 1992 .

4. Dipesh Chakrabarty, Provincialiser l’ Europe, op. cit.

5. Dipesh Chakrabarty, Rethinking Working Class History: Bengal 1890-1940, Princeton University Press, 1989.

6. Arturo Escobar, “After nature : steps to an anti-essentialist political ecology”, Current Anthropology, Vol. 40, Nº 1, Chicago, febrero de 1999.

7. Friedrich Engels, La Situation de la classe ouvrière en Angleterre, Editions Sociales, París, 1960 (1ª ed.: 1844).




* Profesor asociado al Departamento de Sociología de la Universidad de Nueva York. Autor de Postcolonial Theory and The Specter of Capital, Verso, Londres, 2013. Una versión de este texto fue publicada en la edición 2014 de la revista Socialist Register.

Fonte: Le Monde Diplomatique

quinta-feira, 26 de junho de 2014

Índia: a maldição dos BRICS

Por JOSÉ MARTINS

Apenas alguns anos depois de a Índia ser exaltada como uma potência econômica em ascensão destinada a alcançar, ou mesmo ultrapassar, a China, o crescimento da economia desacelerou para um ritmo não visto nos últimos dez anos. As consequências já começam a aparecer na paisagem social.

Ocorre atualmente na Índia, o segundo país mais populoso do mundo, um estranho fenômeno demográfico: massas imensas de trabalhadores urbanos retornam para o campo porque não encontram mais condições de vida nas grandes cidades industriais do país. A Índia sofre neste momento a mesma síndrome de travamento dos demais parceiros dos BRICs e outras outrora “economias emergentes”, como Turquia, México, Argentina, etc. Apenas alguns anos depois de a Índia ser exaltada como uma potência econômica em ascensão destinada a alcançar, ou mesmo ultrapassar, a China, o crescimento da economia desacelerou para um ritmo não visto nos últimos dez anos. A economia indiana se expandiu a uma taxa anualizada de 4,7% no quarto trimestre de 2013, o que pode parecer grande para outras economias mais industrializadas, mas é um recuo drástico para um país que chegou a crescer 11,4% em 2010. A inflação está elevada, trabalhadores não encontram emprego, a industrialização e a urbanização emperraram. Para os indianos que acreditavam na ilusão de melhorar de vida com o crescimento econômico da primeira década do século, a desaceleração atual causou uma reviravolta quase total no seu destino, levando-os de volta ao campo, a empregos e a uma forma de vida que eles pensavam ter deixado para trás. Entre 2005 e 2012, os setores industriais e de serviços da Índia decolaram e o emprego rural encolheu em 37 milhões de trabalhadores. Economistas indianos agora projetam que o processo vai se inverter e que, até 2015, haverá 12 milhões de pessoas a mais trabalhando na agricultura do que havia em 2012.

GRANDE DEMAIS PARA CRESCER

Fluxos populacionais em direção ao campo cercado pelo capital é uma direção perigosa que os capitalistas indianos precisam reverter para abortar grandes turbulências sociais. O mais recente plano econômico quinquenal do governo, que cobre o período de 2012 a 2017, diz que a proporção de trabalhadores indianos no campo ainda é "grande demais" e enfatiza a necessidade de estimular a criação de empregos fora da agricultura. Caso contrário, segundo o diagnostico oficial, o país correria um enorme risco político e econômico, à medida que a população em idade de trabalhar continua aumentando. A Índia precisa criar empregos para as 90 milhões de pessoas que vão entrar na força de trabalho nos próximos 15 anos. Mas um crescimento econômico baseado na mais-valia absoluta e baixa composição orgânica do capital (predominância do capital variável sobre o capital constante) seria um problema maior e não uma solução. Os economistas indianos mais esclarecidos dizem que um verdadeiro processo de industrialização não pode ocorrer se os jovens trabalhadores ficarem condenados a empregos relativamente improdutivos na agricultura, nos serviços e outras atividades manufatureiras semimanuais. O regime capitalista indiano está na encruzilhada: continuar a lucrar com o boom demográfico dos últimos vinte anos ou ser engolido por ele. Um retorno em grande escala ao campo, como ocorre neste momento, é uma reviravolta catastroficamente inviável para um país cuja história econômica parecia, até recentemente, a de uma potência emergente no setor de tecnologia da informação. Tratava-se, de fato, de uma equação desequilibrada: a agricultura responde por 20% do PIB e 50% do emprego. Por outro lado, os alardeados setores indianos de TI, finanças e outros serviços representam 50% da economia, mas empregam apenas 25% da força de trabalho.

CONTRADIÇÃO IMPERMEÁVEL

O ingrediente estratégico que está faltando é a grande manufatura. Mesmo tratando-se de uma estratégia imperialista de integração às cadeias produtivas globais. Como fizeram seus vizinhos asiáticos. Na Ásia, fábricas espaçosas e reluzentes atraíram centenas de milhões de pessoas do campo para as cidades. Mas a indústria indiana há anos gera apenas 15% do PIB, sendo que a maior parte da produção vem de fábricas pequenas e de baixíssima produtividade do trabalho. A Coreia do Sul e a Tailândia ultrapassaram esse nível de industrialização em meados dos anos 70. Em ambos os países, do mesmo modo que na China, a indústria hoje responde por quase 33% do PIB.

Por que a Índia não consegue ser um país predominantemente industrializado, como seus parceiros dos BRICs, é uma coisa intrigante entre economistas. Os liberais, com a ladainha de sempre e para qualquer lugar, culpam os obstáculos que as empresas enfrentam na Índia, desde oscilações no fornecimento de energia até leis trabalhistas rígidas e estradas esburacadas. Bobagem. Outros menos repetitivos apontam para os privilégios oferecidos às 3 grandes companhias em detrimento das pequenas e médias empresas. Mas não são exatamente essas grandes empresas globais que faz falta?

Sobre as consequências deste processo truncado, porém, há quase um consenso: enquanto a economia indiana não for capaz de criar os tipos de empregos fabris que proporcionem produtividade e rendimentos adequados para trabalhadores rurais de baixa qualificação, a maioria dos camponeses vai continuar amplamente marginalizada das rotas do crescimento econômico. Em 1990, segundo o Banco Mundial, a fatia da população vivendo nas cidades da Índia era a mesma que na China: pouco acima de 25%. Em 2012, a proporção era de 32% na Índia e de 52% na China.

Entretanto, as condições miseráveis do crescimento econômico nas grandes cidades já pesam na decisão dos migrantes de retornar para o campo. É uma contradição impermeável a qualquer receita capitalista. O governo tenta remediar. As famílias pobres indianas também têm direito a planos assistencialistas de grande sucesso como no Brasil e demais países miseráveis do mundo: compras mensais de alimentos a preços reduzidos e, desde 2008, todas as famílias rurais têm garantidos cem dias de trabalho assalariado não agrícola, geralmente na construção, obras de drenagem e outras atividades manuais.

Analistas dizem, cinicamente, que essa rede de assistencialismo social reprime a urbanização ao prender os camponeses pobres a empregos de baixa qualificação. De fato, há poucas razões para que a modernização do campo aconteça sem o surgimento da grande indústria e se, simultaneamente, a agricultura indiana não se tornar mais produtiva, quer dizer, mais mecanizada. A produção da Índia por hectare é cerca de 30% a da China, que já é baixíssima, e fica também bem atrás da produtividade das demais economias do Sudeste Asiático. É por isso que a volta ao passado de uma podre estrutura agrícola de massas imensas de trabalhadores urbanos, como ocorre atualmente, é absolutamente inviável. Socialmente explosiva, pois as engrenagens materiais não podem ser impunemente giradas para trás.

CRÍTICA SEMANAL DA ECONOMIA. EDIÇÃO Nº 1194/5– Ano 28; 1ª e 2ª Semanas Junho 2014. Em 2014, estamos completando 27 ANOS DE VIDA. Vinte e sete anos informando e educando a classe trabalhadora! ASSINE AGORA A CRÍTICA Ligue agora para (11) 9235 7060 ou (48) 96409331 ou escreva um e-mail para criticasemanal@uol.com.br e saiba as condições para a assinatura!

quarta-feira, 25 de junho de 2014

Não quero padrão Fifa

Clemente Ganz Lucio, Do DIESE
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Muitos lutam e trabalham para promover bem estar, qualidade de vida, melhor viver e sustentabilidade ambiental para todos. A igualdade é o sentido da direção para as transformações requeridas, cujo significado se materializa na justa distribuição da renda e da riqueza gerada pelo trabalho de todos. Há muito para ser feito e é muito bom que a sociedade manifeste o desejo de mudança. Aliás, não há avanço no sentido da igualdade sem luta social, sem uma sociedade civil determinada a cobrar de suas instituições a promoção concreta do significado da justa distribuição da renda e da riqueza.

As transformações históricas são construídas no presente contínuo do aqui e agora que se sucede, especialmente porque na luta já se deve anunciar e promover o conteúdo e a forma do novo que se quer promover. Esse novo conteúdo se expressa, por exemplo, nas práticas que investem para reunir forças sociais para mudar; no modo democrático como ocorrem os debates e os convencimentos expressos em acordos, deliberações ou escolhas pelo voto; na qualidade das ideias e do imaginário que antecipa o futuro querido e que faz da utopia uma força que nos mobiliza para construir a transformação.

A sociedade, no Brasil, mais uma vez acordou para as mazelas do país e passou a manifestar o desejo de mudança. Ótimo! Faz um ano que, para manifestar o significado do que se quer como qualidade do serviço e dos bens públicos, cunhou-se o bordão “eu quero padrão Fifa!”.

Considero que referenciar no padrão Fifa o imaginário da utopia da qualidade dos bens e serviços públicos que se busca no presente é subverter o sentido da transformação e dar-lhe um significado oposto. Trata-se de um atraso e de um equívoco! Padrão Fifa significa uma institucionalidade marcada pelos meandros do poder dos grandes interesses financeiros e corporações, de conexões e ganhos ilícitos, de corrupção do privado e do público, algumas das mazelas já largamente denunciadas.

Padrão Fifa significa a ingerência sobre a soberania de Estados e Nações, com regras que violam a cultura, preceitos, regras, valores de diferentes sociedades. O interesse econômico subverte um encontro encantador entre nações por meio da prática de um esporte mágico que é o futebol, subvertendo a soberana oportunidade de um povo mostrar aos outros o seu jeito de ser feliz e de lutar, mesmo com suas contradições e mazelas. Padrão Fifa significa transformar esse espaço de encontro, os estádios, em um espaço segregador e elitizado. Uma estética contrária ao encontro, cadeirinhas “bem comportadas”, destroem a nossa cultura de curtir a mágica do futebol em pé, na galera! Arena, esse infeliz nome, recupera a ideia da guerra, do sangue que corre pelas garras dos leões, da diversão oriunda do sofrimento e humilhação do outro.

Padrão Fifa significa excluir, pelos preços exorbitantes dos ingressos das “arenas”, a galera que sempre lotou os estádios. A alegria de ir ao estádio foi transformada em um negócio que exclui a maioria, mais uma vez colocados para fora de um espaço que era seu! Padrão Fifa significa exclusão.

Padrão Fifa significa colocar para fora dos estádios, e no seu entorno, todos aqueles que faziam do picolé, da pipoca, da água, do amendoim, da bandeira, o seu trabalho à serviço do lazer e da confraternização, do sofrimento e da alegria.

Padrão Fifa significa concordar com a mercantilização do futebol como máquina de fazer dinheiro – ou de lavá-lo – na qual elenco, comissão técnica e os times viram máquinas do marketing de consumo a serviço da desigualdade. É recorrente o salário de todos os jogadores de um time ser menor que o salário de um dos jogadores do time adversário. O ganho mensal de um craque é maior que o salário de toda uma vida de um trabalhador. Padrão Fifa é desigualdade sem fim!

Padrão Fifa significa construir uma estética nos estádios desconectadas da cultura e das condições econômicas da nossa sociedade, um padrão que não permite o acesso à todos, que não é passível de universalização, que não nos leva ao encontro do outro. Padrão Fifa elimina o valor das nossas diferenças para promover a iniquidade da desigualdade.

Seríamos mais felizes com o futebol sem o padrão Fifa!

Não quero esse padrão nem para escola, nem para a saúde, nem para o transporte coletivo, nem para nada! Quero um padrão que seja a nossa cara, que nos permita ter qualidade para todos, sem ser suntuoso e, muito menos, segregador. Quero um padrão que traga o sentido da igualdade e da qualidade como um valor manifesto substantivamente nos bens e serviços públicos.

Quero um padrão de bem público que nos leve ao encontro, que favoreça nosso relacionamento e que nos permita sermos diferentes – não desiguais – e, com os outros, felizes. Quero um padrão que nos faça criativos para superar nossas iniquidades. Quero um padrão que faça de cada criatura um criador, pelo que é, pelo que pode oferecer ao outro e ao país. Quero a descoberta, renovada a cada dia, de que a alegria é o contentamento compartilhado com o outro e que cada espaço deve ser construído com essa intencionalidade.

No padrão Fifa o outro não existe e sem ele não há alegria! Não quero o padrão Fifa! Usar esse bordão é destruir a minha (ou a nossa!) utopia!

Vou me divertir com a Copa. Vou torcer pelo Brasil, vou torcer pelo bom futebol, vou curtir o espetáculo e o encanto desse campeonato. Vou esquecer e ignorar a Fifa. Depois, vou continuar lutando para avançar no legado da Copa!

Fonte - Ibase, acessado em 25 de junho, 2014.

sábado, 21 de junho de 2014

Iraque: receita para desastre

Título original: IRAK: Receta para desastre
 Mumía Abú-Jamal
10-6-2014


Así que escribo estas palabras, Irak es un desastre.

La norteña ciudad de Mosul está cayendo en poder de militantes musulmanes armados.

Los bombardeos están aumentando en frecuencia y ferocidad, causando más y más muertos.

Y los militares de Irak están tan mal preparados para la acción que están tirando sus armas, sacándose los uniformes  --¡y huyendo!

Casi $800 billones de dólares se han gastado, más de 4,500 norteamericanos han muerto en una guerra y ocupación que duró más de una década, sin embargo Irak está al borde de ser despedazado - aún más.

Todo ese tiempo.  Todas esas vidas.  Todo ese dinero.  Todo perdido en el loco sueño de una democracia irakí --o quizás aún en la ilusión de eso.

La próxima vez que un alcón guerrero grazne sobre la necesidad de una acción militar norteamericana para resolver algún problema global --piense en Irak.

La próxima vez que un politiquero ambicioso le pide a Usted que sacrifique a su hijo o a su hija -piense en Irak.

La próxima vez que una escuela de su vecindad sea cerrada porque no hay dinero para mantenerla --piense en Irak.

Guerras por mentiras: piense en eso.

Piense en Irak.

ACERCA DA PAZ

Carlos Maia

Todo e qualquer vivente dos quatro cantos do planeta Terra prefere, de uma maneira geral, a PAZ. Mesmo quando ela é colocada como premissa básica para se defender guerras e matanças indiscriminadas. Mas, a PAZ não existe e não pode ser duradoura, enquanto predominar, na sociedade, interesses de classes conflitantes e divergentes, que acabam pondo em risco a sobrevivência dos setores oprimidos e por demais explorados pela força da acumulação avassaladora do capital. Para se por um fim a toda e qualquer consequência da miserabilidade material e espiritual do mundo capitalista, é, acima de tudo, mais que importante e urgente, o estabelecimento de objetivos programáticos estratégicos de um futuro verdadeiramente humano, que se paute, inevitavelmente, pelo princípio do bem comum.

O capitalismo, apesar de todas suas guerras e contradições, ainda consegue manter-se no mundo. Muito embora estas contradições tendem, constantemente, a se aguçarem mais e mais, gerando lucros astronômicos e miséria galopantes por todos os rincões do globo. Mesmo ocorrendo de tempos em tempos uma queda na taxa de lucro global do capital, que acaba por emperrar o mecanismo de funcionamento da economia – a exploração capitalista é desenfreada e atinge o conjunto dos trabalhadores, com traços de crueldade jamais vistos em nenhuma fase da história do desenvolvimento humano. O capitalismo consegue criar os mais requintados e diversificados tipos de mercadorias e produtos altamente desenvolvidos tecnologicamente, com um nível de sofisticação nunca visto, devido ao alto grau de exploração da força de trabalho do proletariado, cada vez mais massacrado no que tange às condições materiais e espirituais de sua existência.

O capitalismo é desumano e cruel, pois consegue realizar a façanha de manter no desemprego mais de um bilhão de pessoas em todo o mundo: homens, mulheres e jovens pertencentes à força do proletariado internacional. Esta situação tende acirrar ainda mais a luta do proletariado contra a burguesia, a luta de classes mesmo, apesar das falácias de que esta já tenha acabado. Enquanto persistirem as diferenças entre os detentores dos meios de produção ( as fábricas, as terras, etc.) e os detentores apenas da força de trabalho, a contradição básica da sociedade capitalista se mantém inalterada, e com ela, os interesses antagônicos de duas classes radicalmente opostas: a burguesia e o proletariado.

A burguesia explora o proletariado internacionalmente e dentro das fronteiras de cada país. Isso não ocorre porque o proletariado goste de ser explorado, mas, sim,  devido a todo o aparato econômico, político, ideológico e militar que a burguesia montou historicamente para escravizar as forças do trabalho. Ela sabe, por exemplo, que a sua economia entra em crise e que esta por sua vez traz, em seu bojo, o descontentamento popular das massas. O que ela faz? Ela se prepara para este momento, usa quando necessário o aparato militar, corrompe políticos e lideranças dos trabalhadores, utiliza exaustivamente o mecanismo da cooptação ideológica para confundir ainda mais os trabalhadores que não têm claros os seus interesses históricos de classe. Enfim, trava sem tréguas a sua guerra de classe contra o proletariado, os camponeses e demais massas de trabalhadores. A burguesia para governar, utiliza-se ainda, de planos, projetos político-econômicos das mais variadas matizes, para atender a determinada conjuntura histórica específica. Atualmente a burguesia trabalha com um projeto mesclado de neoliberalismo, social-democracia e populismo de tonalidade fascista, levando em consideração as diferenças regionais de país para país. A implementação destas medidas não deixa de ser uma saída momentânea para a burguesia, porém, apenas por um período, até esgotar-se – enquanto projeto – ou até que o proletariado se levante de forma conseqüente, devido os efeitos destes planos e do aprofundamento da crise.

O levante dos trabalhadores se dá, em primeiro lugar, devido às condições objetivas de suas existências, ou seja, devido ao arrocho dos salários, ameaça e aumento do desemprego, cortes nas conquistas históricas, etc. Em segundo lugar, devido a sua vontade política de se levantar contra a ordem estabelecida, devido ao seu despertar para a consciência de classe. Em terceiro lugar, para que a situação seja ainda mais favorável aos trabalhadores, por conta mesmo da crise que se abre em situações conjunturais como estas, há, sem sombra de dúvida, os desentendimentos e as divergências no seio da burguesia em torno do seu projeto de dominação, que a enfraquece momentaneamente e faz com que o movimento dos trabalhadores adquira mais força. Porém, isso por si só não basta para acabar com o capitalismo.  É preciso que o proletariado, os camponeses pobres e a massa dos explorados tenham em torno de si um projeto desenvolvido de uma nova sociedade, uma nova ordem internacional: o socialismo.

Mas, para que isso ocorra, muitos caminhos devem ser percorridos. O proletariado não deverá, entretanto, esperar passivamente pelo socialismo. Ele deverá ir, aos poucos, se organizando, realizando ensaios de lutas e criando espaços de militância e preparação política do seu projeto.  As forças autônomas e independentes dos trabalhadores deverão travar ainda, uma luta contínua contra as forças da conciliação de classes: o reformismo e a social-democracia, que só têm levado a um mundo de derrotas e traições em todas as vezes que estiveram à frente de movimentos de massa reivindicatórios ou de revoluções.

Enfim, falar de PAZ num estágio social da humanidade em que prevalece a luta (guerra) de classes, não deixa de ser um recurso meramente ideológico, que vai no sentido de esconder a verdadeira face da realidade. O fim das guerras não se dará por decreto, nem por nenhuma medida pacificadora da burguesia. Ela deverá ser sempre uma conquista histórica. Tal baile de máscaras, antigo e aristocrático se apresenta a sociedade atual. Tenta-se, a todo custo, esconder a gravidade da situação econômica, política e social do país e do mundo. Quando muito, permite-se aplicar doses homeopáticas ao paciente, que, na verdade, necessita de procedimentos cirúrgicos mais sérios e profundos. Desta forma, é que os governos do capital vão passando para a população - acostumada a pensar segundo o senso comum, às vezes o mais rebaixado possível – argumentos baseados numa falsa consciência da realidade, com o intuito simplesmente de ludibriar e enganar as massas. Mas, mesmo assim, diante de uma situação de necessidade concreta, é possível se tomar a iniciativa política e preparar o salto para um novo momento histórico.

Iraque, em chamas, sacudirá o Oriente Médio?

Civis fogem de Mosul, terceira maior cidade iraquiana, conquistada pelo ISIS. Doze anos após invasão norte-americana, pesadelo do país parece não ter fim
Por Immanuel Wallerstein
19/06/2014
Tradução: Inês Castilho

Parte da população deixa Mosul, terceira maior cidade iraquiana, conquistada pelo ISIS. Doze anos após invasão norte-americana, pesadelo do país parece não ter fim

Ameaça do ultra-fundamentalismo islâmico pode suscitar aliança surpreendente entre Irã e Arábia Saudita, que transformaria geopolítica da região

Um movimento jihadista, denominado Estado Islâmico no Iraque e na Síria (Islamic State in Iraq and Syria, ou ISIS, em inglês), acaba de obter uma vitória impressionante e arrasadora ao capturar Mosul, terceira maior cidade do Iraque, ao norte do país. Suas forças prosseguiram para o sul, em direção a Bagdá, e tomaram Tikrit, cidade natal de Saddam Hussein. O exército iraquiano parece ter desabado, tendo inclusive cedido Kirkuk aos curdos. O ISIS também aprisionou diplomatas e caminhoneiros turcos. Ele agora controla efetivamente um grande pedaço do Norte e do Oeste do Iraque, bem como uma zona contígua no Nordeste da Síria. Comentaristas têm rotulado esta zona transfronteiriça de Jihadistão. O ISIS tenta restabelecer um califado numa área tão grande quanto possível, com base numa versão particularmente estrita da lei islâmica, a sharia.

O choque e o medo que os sucessos deste movimento têm provocado podem levar a grandes realinhamentos geopolíticos no Oriente Médio. Geopolítica é uma arena de frequentes surpresas, na qual conhecidos antagonistas repentinamente reconciliam-se e transformam sua relação naquilo que os franceses chamam de frères ennemis, inimigos fraternos. O exemplo mais famoso do último meio século foi a viagem de Richard Nixon à China para reunir-se com Mao Tsé Tung, uma viagem que serviu fundamentalmente para rever os alinhamentos dentro do sistema-mundo moderno e desde então serve de apoio à relação China-Estados Unidos.

Há tempos, a mídia global enfatiza a profunda hostilidade existente entre a Arábia Saudita e o Irã. Uma reconciliação parecia improvável. Mas, considerando-se que nos últimos meses tem havido encontros secretos entre os dois países, pode-se perguntar se uma surpreendente inversão geopolítica não é iminente.

Sempre que essas reviravoltas ocorrem, a questão a ser respondida é o que os dois lados ganham com isso. É necessário que haja interesses comuns que superem as bases conhecidas de hostilidade. Comecemos pondo de lado um argumento dos analistas para explicar o antagonismo. Trata-se do fato de que o governo do Irã é controlado por imãs xiitas e a Arábia Saudita, por uma monarquia sunita. Isso é verdade, naturalmente. Mas lembremo-nos de que, até 1979, Irã (sob o governo do Xá) e Arábia Saudita (sob a mesma monarquia sunita de hoje) foram aliados geopolíticos próximos, e trabalharam juntos na Organização dos Países Exportadores de Petróleo (OPEP), em todas as questões relacionadas ao preço de petróleo – uma preocupação central na economia de ambos os países. Só a partir de 1979 o Irã mudou sua política e teve início o antagonismo público entre os dois, mas só então.

O ponto fundamental da disputa pública entre Arábia Saudita e Irã foi a competição pelo domínio geopolítico na região. O que poderá mudar isso agora é precisamente o levante do ISIS, que representa grave ameaça a ambos os Estados. O interesse comum aos regimes da Arábia Saudita e do Irã é a necessidade de uma relativa estabilidade dentro de seus estados e na região como um todo.

Claro que ambos os regimes são assaltados por divisões internas entre elementos “liberalizantes” da classe média urbana e defensores de uma versão estrita e conservadora do Islamismo tradicional. Mas a ameaça que o ISIS representa para ambos os grupos, em ambos os países, poderia levá-los a aquietar outros tipos de luta. Existem atualmente lutas entre diversas forças, que não a do movimento ISIS, acontecendo na Síria, Líbano, Iraque, Bahrein, Iêmen e outros lugares.

Há, além disso, outros elementos pressionando por esse tipo de reconciliação. Ambos os regimes compartilham certa consternação a respeito das intervenções, incertas porém contínuas, dos Estados Unidos e países europeus em sua região. Os sauditas perderam a fé na confiabilidade de alianças passadas, e estão chegando mais perto da visão iraniana de que o Ocidente deveria permitir que as forças regionais resolvessem suas próprias diferenças. Ambos os regimes estão também descontentes com o papel constante e um tanto imprevisível do Qatar na região. E estão descontentes com os impasses que impedem a criação de um Estado Palestino significativo. Ambos os regimes lançam um olhar atento sobre o regime militar secular agora estabelecido no Egito. E, finalmente, os dois querem ver algum tipo de resolução política dos conflitos no Afeganistão.

É uma longa lista de interesses comuns. Em síntese, eles têm mais em comum do que os analistas externos frequentemente acreditam. Além disso, se chegarem a firmar um acordo histórico, o novo arranjo pode atrair um apoio considerável – antes de tudo da Turquia, mas também, em seguida, dos curdos, do Magreb, da Jordânia, do Paquistão e da Índia, da Rússia e da China, e até mesmo de dentro do Afeganistão. Claro, isso é especulação, mas não especulação ociosa. A realidade é que os regimes, tanto da Arábia Saudita como do Irã, estão preocupados com sua sobrevivência em meio à crescente desintegração do Oriente Médio. Manter a tendência atual provavelmente não os ajudará a sobreviver. Eles podem avaliar que é hora de mudar de rumo.